María Virginia Sepúlveda Frias
+5
Si pudiera darle más de cinco estrellas, lo haría. Tuvimos una degustación con Eduardo, el dueño. El lugar es precioso, y la atención y calidez de Eduardo es incomparable. Pudimos degustar excelentes vinos y recorrer la finca
¡La mejor experiencia de Mendoza!
Los vinos sublimes de Eduardo y de Emilia y la comida exquisita de los chefs te brindan pura felicidad desde el primer sorbo y bocado. La ambientación te invita a relajarte y transportarte a otra época. Tuvimos la suerte de tener un recorrido con Gonzalo, el artista que tiene su taller en la finca, quien nos mostró su arte, cada rincón de la casa y nos contó la historia de lo que hoy es Finca La Cayetana. Sin lugar a dudas es el plan más acertado que hemos tenido en nuestro viaje y no se le compara a ninguna otra experiencia. La pasión con la que viven lo que hacen es evidente y queda reflejada en el producto final; y es eso, a fin de cuentas, lo que a nosotros nos conmueve tanto y nos hará querer volver siempre.
Este es uno de esos lugares en el mundo que te hacen sentir parte de un club especial, el de las personas que conocen el secreto de La Cayetana. Llegar no es difícil pero no es “evidente”, la propuesta no está construida en la misma dirección de la propuesta turística local. Acá pasa algo distinto.
La Cayetana es antigua, tan antigua como la Argentina. Sin embargo, su familia y ahora su “nueva familia” la han mantenido y restaurado para que se sienta viva y joven. Si por sus salones han desfilado presidentes y hasta un papa, hoy reciben a entusiastas de los vinos para que se sientan tan agasajados como se sintieron aquellos, con una cocina que está por su nivel técnico a la altura de las más sofisticadas del mundo pero que se vale de los ingredientes locales para desafiar las lógicas conocidas del sabor.
La excusa central son los vinos y también para ellos hay una búsqueda en abanico: por un lado la recuperación de lo local, por el otro la recuperación de lo histórico que tiene raíces en otras tierras y tradiciones (francesas, españolas). En el cruce peculiar donde la historia se actualiza sin desconocerse, aparecen cepas “raras”: Garnacha, la caprichosa Monastrell, Pedro Ximenez. Algunas se crían con poca intervención, naturales. Otras, con la rigurosidad de las recetas del vino fino francés que supo ser el sostén de esta finca. La cata deviene entonces en un arcoíris: un desafío para los paladares que se acostumbran a unos u otros estilos. El maridaje es incuestionable. Los platos se devuelven limpios, las copas son tan generosas que inevitablemente alguna quedará cargada con un tributo para el dios de las uvas.
Muchas reseñas mencionan a Eduardo. Es imposible pasarlo por alto. La Cayetana es un trabajo artístico y amoroso que lleva adelante un equipo (Charly y Carlos en cocina, Gonzalo desde su atelier de arte, Emilia), que Eduardo comanda con la seguridad de quien sabe que la única manera de crear una experiencia excepcional es no abandonar la ambición de tocar la cumbre. Todos los días.
Tocar cumbre cuesta, pero lo vale. Hacé la reserva ahora.
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