Me fascinó la posibilidad de experimentar de cerca hábitos tradicionales japoneses. Antes de entrar, me quedé charlando con el mozo, super copado la verdad, un pibe como de mi edad tipo 20 años. Me recomendó platos, compartimos opiniones sobre otros lugares de comida y sobre la cultura general japonesa. Dentro del restaurante, lo primero que ves es un gift shop que es genial. El bar está lleno de tragos (con sus bartenders por defecto) tradicionales japonesas, importadas, y hay un mueble, por así decirlo, para guardar las zapatillas y sentarte a lo japo. Ya cuando nos sentamos en una mesa tan loca, pedimos dos “sushis omakase especiales”, un “All Salmon” y, para mí, el “Chashudon”: tazón gigante lleno de cerdo salteado con cebollas bañadas en salsa teriyaki + dos huevos crudos que le aportan suavidad y cremosidad al plato. Me quedé re satisfecho con mi tazón (llegó un punto en que tuve que compartir el plato por lo lleno que estaba) aunque no me gustó que se hayan tardado como 10 mins en llegar el resto de platos después de que me hayan dado el mío. Todos los utensilios, como palillos, platos, vasos y tazones, eran de una calidad tremenda y tenían un diseño único que encajaba muy bien con la estética del lugar. Hablando de precios, en comparación con otros lugares de la misma onda/calibre, no eran exageradamente altos (excepto el salmón, como siempre), y los mozos fueron muy amables. En resumen, una experiencia cultural que puedes llevarte a casa. Lastima el hecho de tardarse tanto entre platos, ese fue el punto negativo alto.

Un lindo lugar, hermosamente ambientado. Con una carta variada en platos japoneses. Tienen tragos bastantes únicos y opciones de bebidas bien asiáticas. La comida esta bien. El servicio impecable.